Big Bang Boeing

120 estudiantes de todo el país experimentaron este viernes su primer viaje en avión; unos estallaron en llanto, otros de júbilo, aunque la iniciativa solo busca poner a volar sus sueños

09/12/16 | 18:48pm

Fabiola no sabe si reír o llorar, y como no logra decidirse, hace ambas. En un momento está paralizada observando por la ventanilla y en el siguiente está desfigurada por una mueca, porque el llanto la ataca de manera incontrolable cada vez que recuerda dónde está. “Es la primera vez que me monto en avión”, dice, tras una cortina de lágrimas.

Mientras el boeing 737-800 de Copa sobrevuela el golfo de Nicoya y, específicamente, la isla de Chira, a unos 42 mil pies de altura, Fabiola hace un esfuerzo por no tomarse en serio a sí misma –inventa la forma de las nubes; descubre un lago ‘allá abajo’–, pero es poco lo que un cuerpito de escasas 40 libras puede hacer contra la sensación física del vuelo. Las dimensiones de la aeronave deben resultarle aterradoras, entre otros detalles. Su amiga Lucía se quita el suéter de la cintura y se lo pone –muy mal puesto– sobre los hombros, sin dejar de preguntarle: ‘¿Tiene frío, Fabiola?’

Para algunos no ha sido fácil despegarse de esa zona de confort que es la Tierra, pero no puede decirse que sean mayoría. La mañana de este viernes, Fabiola pertenece a esa compungida minoría que, una vez subida al avión, llora en vez de pegar gritos, que es siempre una manera más económica de conmoverse.

Alrededor hay un carnaval, o lo que es lo mismo, 120 niños azuzados por la tripulación, que reparte pitos y anteojos de fantasía para que suenen durante la hora que dura el viaje. Se supone que, en el primer vuelo de sus vidas, los niños hagan exactamente lo que no se le permite a ningún pasajero regular. ‘¡Suban las manos! ¡Griten! ¡Asómense al pasillo!’, aúllan las azafatas. Incluso la piloto, Paula Steinvorth, los exhorta a divertirse. Los niños obedecen, y aunque nunca hayan volado, se nota que dudan. Aquel vuelo es el antivuelo.

Salvo contadas excepciones, los niños participantes, algunos de lugares como Roca Quemada de Turrialba, San Marcos de Tarrazú o Los Guido de Desamparados, lograron sincronizar su emoción con una mueca parecida a una sonrisa, aunque el verdadero relajo comenzó hasta que el avión estuvo lejos del suelo. Dos horas antes, en el gran salón alfombrado del aeropuerto, todo era orden y obediencia. Los discursos protocolarios únicamente enfatizaron la metáfora del vuelo, pero nunca el vacilón: “Que el Señor los lleve bajo sus alas”. “Que lleguen muy alto y tengan éxito en la vida”. “Que algún día puedan elevarse y salir de donde están”.

Todos van uniformados con camisetas blancas que dicen ‘Viaje Inolvidable’ y, sin necesidad de pasaporte, se suben al avión con frases igualmente memorables: “Me estoy muriendo de miedo”; “Padre Nuestro”; “Esto va a volar más rápido que un pájaro”; “Estoy muerto en vida”. A las 11:34 a. m., la nave empieza a rodar sobre la pista y 10 minutos después, con toda la complicidad de la tripulación, los niños dejan el galillo guindando en el aire. El avión despega y, en cuestión de minutos, empieza a comerse el territorio nacional. Más que un vuelo, es un sobrevuelo. Heredia, San Carlos, Flamingo, Tamarindo, Liberia.

Las azafatas intentan sin éxito que alguien convierta el avión en un karaoke, pero ninguno se anima al mundo del espectáculo aéreo. “¿Dónde están las Shakiras, dónde están las Frozen?”, repiten, pero los micrófonos de la aeronave siguen subutilizados. La tripulación no se da por vencida, pues su misión de hoy es incitar a la subversión, cueste lo que cueste. Un sobrecargo corretea de arriba a abajo chocando palmas con los niños, otra se pone a bailar reguetón, otras arman un ‘trencito’ en el pasillo. Los niños, al menos, no se vomitan, tal y como les sucediera una vez, según relata un tripulante. Y posiblemente fue por eso, para evitar mareos, que agüita fue lo único que les dieron durante el vuelo. En tierra los esperaba otra fiesta.

Desde un inicio, los organizadores de ‘Viaje Inolvidable’ tuvieron claro que, difícilmente, una experiencia se vuelve ‘inolvidable’ siguiendo las reglas. Y esta mañana quedaron muy pocas, aunque sí las suficientes para que nada se saliera de control. La idea fue premiarlos, y premiados salieron. Regresaron a su casa con una experiencia única, que recordarán el resto de sus vidas.

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