Naturaleza muerta con trovadores

De cómo la noche del miércoles una vigilia contra el rector Henning Jensen se convirtió en un 'karaoke revolucionario' sin final feliz

25/08/16 | 16:29pm

Todo comenzó con cuatro gatos que gritaban durísimo ‘no a la impunidad’, pero como eran tan pocos, parecía que se gritaban entre ellos. Yo pensé que en el Pretil de la Universidad de Costa Rica me encontraría una pequeña multitud irritada, pues la convocatoria decía ‘Vigilia contra la impunidad’, pero la situación reinante no pasaba de ser un ‘Bodegón con trovadores’.

En la timidez política de las circunstancias había, sin embargo, algo muy estoico, romántico y borroso, como de protesta no correspondida, con velitas ardiendo por aquí y por allá, como si la cena estuviera a punto de servirse. Paradójicamente, aunque apenas fuéramos unos cuántos, tampoco había dónde sentarse, pues la gran minoría de convocados ocupaba todos los caños circundantes de la explanada.

La razón de la cita quizá deba aclararla antes de continuar: al rector Henning Jensen se le cuestionan una serie de hechos relacionados con el nombramiento en el Centro Infantil Laboratorio de su hija Elena Jensen Villalobos, y al Consejo Universitario, su incapacidad para actuar ante los cuestionamientos. Por menos que eso, El Pretil debió estar abarrotado de gente furiosa, aunque también es evidente que la protesta no es un género en alza, y mucho menos aquella modalidad.

Eran las 6 de la tarde y la luz natural estaba a punto de extinguirse, así que háganse de cuentas que el lugar tenía las mismas condiciones que cualquier plazoleta del centro de San José tomada por predicadores a la salida del trabajo, cuando uno va soplado pensando que lo va a dejar el bus y de pronto es asaltado por el exabrupto neurótico de algún iletrado que opina que el amor a la humanidad es igual a su destrucción apocalíptica.

Yo no sé ustedes, pero cuando a mí me dicen ‘protesta’, cuando menos pienso en las tetas de Pussy Riot o en esas madrazas argentinas, veteranas del cacerolazo, que cuando abren la boca tienen más lucidez política que Chomsky; y cuando me dicen ‘vigilia’, recuerdo el ensordecedor silencio de los familiares de los 47 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en México, e incluso en los actos espontáneos de la comunidad de Orlando, tras la carnicería en el Pulse.

Porque ‘una cosa es una cosa’ y ‘otra cosa es otra cosa’, pero en este país, ‘una cosa puede ser cualquier cosa’.

Una vez lanzadas las primeras consignas, el acto en cuestión dio lugar al entremés musical. Y como Robert Duvall en El Padrino, así me pregunté yo: It's that really necessary? No es por nada, pero los discursos hubieran sido preferibles.

Primero pasó un joven cuarentón con serios problemas auditivos, pese a que una guitarra y una armónica le guindaban del pecho, como medallas mal habidas. Sus canciones eran una enumeración de lugares comunes y personajes que no son culpables del uso que se les da: Garabito, Parmenio, Juanito Mora…

Este jovenzuelo quizá nunca supo que la palabra ‘patria’, con ese tono demagógico tan característico, también fue patrimonio del Movimiento Costa Rica Libre, hace como mil años. No estaría de más que el Sindeu le pidiera una partida especial a la rectoría para donarle un diapasón humanitario.

Los autodenominados ‘cantautores revolucionarios’ empezaron a sucederse uno tras otro, pero no progresivamente, como dictan las leyes de la física, sino hacia atrás, en una salvaje rebobinada del tiempo. Transportados por el poder regresivo del panfleto, quedamos peor que en los años ’80, porque en aquel entonces al menos teníamos a Rubén Pagura y al grupo Cantares, verdaderos músicos de similares causas.

A la izquierda local le urge un nuevo karaoke. En su programa de mano hay algo radicalmente desfasado, algo que viola por igual la Teoría de la Relatividad y la más mínima sensibilidad por la música. Que lo sepa todo el mundo: a la revolución le iría mejor si no fuera por la desafinación de sus voceros.

Pasó una chica que tenía un vozarrón magnético como el de Andrea Echeverri, lo cual estuvo muy bien, porque el plagio siempre es preferible a una dudosa originalidad. Pasó un grupo de ‘sindicalismo funk’ –con la animación más consciente de la velada– y una cantante de ópera que no estuvo contenta hasta que no entonó el clásico de León Gieco ‘Sólo le pido a Dios’ como si cantara el ‘Ave María’.

Por el micrófono también desfilaron dirigentes, unos muchachos de la Feucr y hasta la diputada Ligia Fallas, ‘la única que llegó’, recalcaron los organizadores, como si no fuera obvio. Tampoco faltó la líder del Sindeu Rosemary Gómez, con el mensaje más encendido de la jornada, especialmente porque era el día de su cumpleaños y la concurrencia le cantó mientras ella sostenía su propia ‘lucem aspicio’. Todo iba medianamente bien, hasta que la cita volvió a caer en las garras de la trova.

A esas alturas, el problema de la vigilia no era tanto de repertorio como de público; no tanto de oferta como de demanda. La soledad seguía herida por la voz de los altoparlantes, especialmente cuando otro jovenzuelo pasado de años entonó una versión ultrasensitiva de ‘Caña Dulce’, tanto, que podría haber sido patrocinada por Durex.

Si todo comenzó con cuatro gatos que gritaban ‘no a la impunidad’, todo terminó con dos gatos sobrevivientes que, después de gritar ‘Fuera Henning Jensen’, dieron muy educadamente las ‘buenas noches’.

Cualquier costarricense medianamente respetuoso de la ‘desobediencia civil’, el ‘disenso’ y el ‘pensamiento crítico’ debería, por una vez en su vida, asistir a un acto semejante y sacar sus propias conclusiones. La mía es muy sencilla: ¡Lo felices que deben estar el rector y su chiquita!

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