​Alea jacta est

Una desesperación colectiva de último minuto recorre las cuadras que rodean la Junta de Protección Social el día que se juega el "gordo" navideño

13/12/15 | 17:54pm

En cada esquina hay por lo menos cinco. Gorras y viseras de todas las denominaciones les oscurecen el rostro, ya de por sí tostado por su oficio. Algunos caminan sacudiendo los enormes fajos como si fueran alas a punto de abrirse, mientras que otros exhiben maliciosamente los enormes pliegos numerados, como si anticiparan una profecía que no tardará en cumplirse.

Una y otra vez, los carros pasan despacio y ellos corren detrás, en un intercambio de bienes y servicios que sigue el protocolo de las transacciones ilícitas, pero no. La trampa es demasiado grande como para ser prohibida. Invariablemente todo termina con un simple intercambio de papelitos.

El día que se juega el “gordo”, los vendedores de lotería se multiplican en las cercanías de la Junta de Protección Social, y si ellos se reproducen a semejante ritmo, es porque los compradores también.

La explicación parece obvia: es el único domingo del año en que un solo pedacito ganador vale ¢35 millones, y los jugadores de último minuto saben –o por lo menos intuyen– que por esas cuadras tienen más probabilidades de encontrar el número que buscan, pero no al precio que sea, sino al que es. Aunque esa es una versión literaria de las cosas, sobre todo si usted anda en busca del número 13.

En la acera aguardan los vendedores que despachan detrás de ventanillas invisibles y administran la ansiedad de sus clientes sobre “escritorios” a los que no les cabe una tachuela más. Los burócratas del azar, digamos.

En esta zona, el tráfico de información es muy intenso. Se dice que los números más vendidos de la mañana han sido el 13, el 31, el 15, el 22, el 25, el 50... porque en el terreno de las ciencias inexactas, el "gordo" es un número de muchas caras, una cifra esquizoide que goza de personalidad múltiple.

Y no solo eso: en este lugar la numerología se cruza con la apellidología. Claro, si su apellido no aparece en la lista sugerida por la JPS, usted puede hacer su respectivo reclamo en horas de oficina.

50 metros al sur de la puerta principal de la Junta, Jesús Ruiz, mejor conocido como Cuzuco, vende pedacitos con la sonrisa que le queda. Tiene 82 años, vive en San Miguel de Desamparados y hasta hace una semana pudo retomar su trabajo, pues dice que los últimos 6 meses los pasó hospitalizado.

Asegura que fue portero del cartaginés y comandante de la antigua policía metropolitana. No parece dispuesto a que nada le arranque el buen humor, ni el monto de su pensión, ni la distancia que lo separa de su casa. Es un veterano. Cuenta su vida mientras extiende los números que le piden, e incluso los que no.

De pronto, un chino se baja de un carrote, se acerca a la mesa de un chancero y saca un fajo de billetes. Con la misma eficiencia, el chancero saca un fajo de lotería, se lo extiende y el chino se va con cuatro enteros del mismo número. Todo sucede en segundos. Parece que fuimos testigos de algo más, pero si me preguntan, aquí no ha pasado nada.

La familia Renderos, vecina de San José centro, hizo su compra a escala humana. Sólo buscaba lo que se llevó: algunas fracciones del 13, el 15 y el 50, los números ganadores, aseguran.

Ya tienen planeado el viaje a Cancún, pero solo por si acaso, Luis Mauricio Renderos Bolaños remató con dos pedacitos más del 35 y el 70, pero solo para cubrirse las espaldas.

Jorge Solís llegó buscando el 39 y no le costó encontrarlo. "Así somos los ticos, lo dejamos todo para último", dijo, al despedirse. No podía dejar de comprar, aunque fuera un pedacito, porque sus pasiones son pocas: el ejercicio, el futbol y la lotería. Nada más. Con qué derecho iba a dejar de complacerse.

La mañana transcurre bajo el humo de los taxis y el ruido de las motos. Cientos de carros han desfilado lentamente entre los vendedores. Una vez resuelta su compra, siguen de largo. Los transeúntes, igual. Nadie tiene nada que esperar en plena calle. La suerte está echada, pero aún no es de nadie. A esta hora, todavía, todos somos millonarios.

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