​Dominica restablece contacto con el mundo aunque la destrucción y el caos persisten​

​El ojo del huracán atravesó la isla en su momento de mayor potencia, en plena categoría 5

AFP

23/09/17 | 15:19pm

Poco menos de una semana después del paso del huracán María, el caos persiste en la isla de Dominica con rutas cortadas, destrucción y quiebre de la cadena de abastecimiento, condiciones extremas para sus habitantes que, a pesar de todo, lograron restablecer un canal de comunicación con el mundo.

Tras un tiempo desconectada del mundo, Dominica reanudó el viernes el contacto marítimo con las vecinas Guadalupe y Martinica, dos departamentos franceses separados de sus costas por el Mar Caribe.

Las montañas de esta isla independiente anglófona, conocida como "la isla naturaleza" y cuyas laderas verde esmeralda atraen a los enamorados de paisajes deslumbrantes, ahora están arrasadas y se han oscurecido tras el paso de María.

El ojo del huracán atravesó la isla en su momento de mayor potencia, en plena categoría 5, con vientos de hasta 260 km/hora, causando por lo menos 15 muertos.

A bordo del barco procedente de Pointe à Pitre, en Guadalupe, los pasajeros se acercan al puente para evaluar los daños: un techo que ha salido volando o parte de una colina arrastrada por la violencia de la lluvia.

Jean-Luc Royer acaba de llegar con su casco de podador, pastillas para esterilizar el agua y un toldo a ayudar a su familia, que consiguió comunicarse por radio.

En el puerto comercial de Roseau, el único operativo en Dominica, algunas personas con aspecto cansado esperan poder salir de la isla y se preguntan por la situación en los territorios vecinos.

Los taxis que habitualmente acosan a los recién llegados al puerto han desaparecido y la circulación es casi imposible, con las rutas llenas de escombros, cortadas por montones de cables eléctricos, telas o maderas, y una escasez creciente de combustible.

Filas de peatones transportan bolsas de víveres o agua extraída de alguno de los numerosos manantiales insulares y, en el cielo, helicópteros de todos los tamaños sobrevuelan el territorio.

En tierra uno se cruza con soldados holandeses, de Santa Lucía, equipos de Naciones Unidas, socorristas venezolanos, bomberos de Martinica, etc.

No hay agua, no hay electricidad y casi no hay red de telecomunicaciones, el estadio se ha convertido en un helipuerto, el hospital está parcialmente destruido, y se ha impuesto un toque de queda de las cuatro de la tarde a las ocho de la mañana.

Desde Haití ha llegado un equipo de la ONG Médicos Sin Fronteras para evaluar las necesidades sanitarias: varias habitaciones del hospital han sido destruidas, al igual que la unidad de cuidados intensivos, y los heridos han sido trasladados por militares y están siendo atendidos en los pasillos, intactos.

'Nadie viene a ayudarnos'

A pesar de la confusión casi total, ninguno de los habitantes que tuvieron contacto con la AFP se queja. "Dominica es fuerte. ¡Nos recuperaremos!", dice Christina Morancy, una habitante de Newtown, una localidad muy desfavorecida próxima a Roseau.

"El país ha sido completamente devastado. La gente esta todavía en estado de shock porque están muy estresados aún", estima el vice primer ministro John Collin McIntyre.

"El 90% de las casas está en peligro. Tenemos mucha agua en Dominica pero gran parte puede estar contaminada. Y también necesitamos comida porque toda nuestra agricultura ha sido devastada", señala.

"Es cien veces peor que Erika (30 muertos en 2015). Erika fue violento pero estaba muy localizado. Este es extendido. Todo está desorganizado, temo que pronto nos falte agua y comida. He escuchado que la Cruz Roja ha sido saqueada y que algunos supermercados han sido saqueados también", cuenta Schnyler Esprit, responsable de la logística de la Universidad Dominica State College, manifestando un temor que muchos comparten.

En la entrada de Roseau, se ha derribado un gran almacén de materiales de construcción y decenas de personas se sirven de maderas, sacos de cemento y toldos para tratar de reconstruir lo que pueden.

Contrariamente a la isla francesa San Martin, esta isla anglófona de 72.000 habitantes, independiente desde hace cerca de 40 años, es muy pobre y tiene muy pocas tiendas que saquear.

"Aquí, cada uno con lo suyo. Nadie viene a ayudarnos. Es cuestión de supervivencia", narra George Elyzee, de 86 años, cuya casa ha quedado inundada pero ha mantenido el tejado.

"Es como si estuviéramos en Siria", se lamenta Casimir Augustus, presidente de la Asociación de Dominicanos de Guadalupe, a medida que descubre los daños en su isla.

Acaba de llegar de visitar a su tía, que "sigue viva", residente en Grand Bay, una comuna desconectada del mundo. A pesar de las circunstancias, Casimir es optimista: "Hay que venir dentro de seis meses, y entonces veréis".

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