El sirio Jaber Karawan junto a su esposa y dos de sus hijos han intentado infructuosamente de huir de la conflagración
AFP
29/09/19 | 16:47pm
Para poder operar a su hija de tres años, Jaber Karawan y su esposa Walaa gastaron cientos de dólares con la esperanza de huir de la guerra en Siria y llegar a la vecina Turquía.
Durante las últimas semanas, el matrimonio y sus dos hijos intentaron cinco veces cruzar ilegalmente la frontera.
En su último intento, este padre de 31 años se rompió una pierna saltando del muro de hormigón que separa a los dos países. Entonces la familia volvió a la provincia de Idlib, en el noroeste del país devastado desde 2011 por una guerra que ha causado más de 370.000 muertos y millones de desplazados.
"Aquí no hay trabajo para mí, la situación es desastrosa", lamenta Karawan.
La AFP habló con esta familia entre dos intentos infructuosos. Volvían en taxi del puesto fronterizo de Bab al Hawa tras ser expulsados por guardias fronterizos turcos.
En cada intento, caminaron durante horas de noche por la montaña, escoltados por un pasafronteras clandestino, y escalaron el muro de la frontera. Pero siempre acabaron topando con una patrulla turca.
"Esto no es vida", afirma el padre de familia en la carpa que comparte con su cuñada y su marido, en uno de los campos de desplazados improvisados en la provincia de Idlib, en la región de Atmé. En el suelo hay un ventilador, un hornillo de gas y una tetera.
Su hija de tres años padece una enfermedad del nervio óptico y estrabismo. La niña, de cabello castaño y con un vestido blanco y azul, come patatas fritas encima de un colchón de espuma.
"Decidí ir a Turquía para que pudieran operarla", explica su padre, oriundo del sur de la provincia de Idlib, fronteriza con Turquía.
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Para pagar los 1.200 dólares que reclaman los pasafronteras, el sirio se gastó todos sus ahorros y pidió dinero prestado.
"Lo voy a intentar 50, 60, 100 veces hasta que lo consiga", afirma. "Quiero ir para encontrar un trabajo y satisfacer las necesidades de mis hijos".
La familia Karawan forma parte de las más de 400.000 personas desplazadas por la última ola de bombardeos del régimen sirio y Rusia, su aliado, contra Idlib y sectores adyacentes en las provincias vecinas de Hama, Alepo y Lataquia.
Estas áreas, donde viven unos tres millones de personas, se encuentran bajo control de los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS, antiguo brazo sirio de Al Qaida).
Los bombardeos mataron a casi 1.000 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH). Un alto el fuego precario entró en vigor a finales de agosto.
"Arriesgamos la vida para ir a Turquía y al final no lo conseguimos", lamenta Walaa, cubierta por un niqab (velo islámico) negro.
Pese a los obstáculos, Abu Sallum sueña con irse a Turquía con sus dos mujeres y ocho hijos.
"El paso ilegal nos va a costar una fortuna y no me lo puedo permitir", lamenta este agricultor de 45 años. Vive con su familia en un cuarto pequeño de cemento construido por él mismo en otro campo de desplazados de Atmé, a tan sólo unos metros de la frontera turca.
En el pequeño patio, Abu Sallum fuma un cigarrillo mientras bebe té. Una de sus esposas prepara makdús (berenjenas rellenas).
Su día a día transcurre ante la mirada de soldados turcos apostados en las torres de vigilancia. A veces, cuando alguien se acerca demasiado al muro, hay disparos de advertencia e insultos, cuenta Abu Sallum.
"Llévennos a Turquía o encuentren una solución para nosotros, llévennos a nuestras aldeas", afirma. "¡Esta vida es insoportable!", añade.
Con más de 3,6 millones de refugiados, Turquía es el país que acoge a más desplazados sirios y teme una nueva ola de llegadas.
Durante los últimos meses algunas oenegés acusaron a las autoridades turcas de haber obligado a volver a Siria a cientos de refugiados. Ankara afirma que lo hicieron por voluntad propia.
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