Una crónica de mierda

500 voluntarios se reunieron el sábado en playa Guacalillo para recolectar de sus costas una mísera parte de las toneladas de basura que el río Tárcoles lanza al océano Pacífico. Hasta los cocodrilos aplauden tan heroica labor

25/09/16 | 12:00pm

Texto María Montero - Fotografías Victoria Vega Usmanova

Algunos consideran que el invierno es la época crítica, pero otros creen que no es necesario esperar a que lleguen las lluvias para ver cómo un tsunami de residuos sepulta la costa de playa Guacalillo.

Todos coinciden en que, en esta playa de Puntarenas, lo único que hace falta para toparse con el fenómeno es tener los ojos abiertos, pues se trata de un ‘espectáculo natural’, en vista del vecindario.

Y es que las circunstancias no podían ser más desfavorables: Guacalillo –bautizo que quizá provenga de ‘guácatelas’– colinda con la desembocadura del río Grande de Tárcoles, cuyo torrente arrastra un tesoro que nace en el Valle Central y recorre varias decenas de kilómetros hasta llegar al Pacífico: los desechos del Área Metropolitana de San José, donde reside aproximadamente el 50 por ciento de la población costarricense.

Dicho líricamente: toda la mierda de Chepe.

“¡Viera en invierno! Son montañas de basura”, exclama Grace Carranza, vacacionista ocasional en esos lares.

“Ahora se ve limpio, pero con la marea alta todo vuelve a estar igual”, agrega, apesadumbrado, Bernardo Rodríguez, voluntario de la organización Terra Nostra.

Por amor a la retórica, podríamos permanecer horas charlando alegremente bajo el ardiente sol del consumismo, pero no es día para sentarse a hablar, sino para agacharse a recoger basura y celebrar juntos, como manda la convocatoria, el Día Mundial de Limpieza de Costas y Riveras.

Basura que no es ‘basura’, como más adelante corrige Esteban Bermúdez, representante de la organización Terra Nostra: “La gente tiende a llamar a todo ‘basura’, cuando en realidad entre el 70 y 80% de los residuos, lo que mal llamamos ‘basura’, no lo es, sino material ‘valorizable’, es decir, que todavía es útil para generar nuevas materias o generar energía”.

No se trata de ‘basura’ porque muchos de aquellos despojos son residuos que aún tienen valor económico y pueden reinsertarse en el mercado como nuevos artículos de consumo, generando nuevos ciclos de desperdicio. O tal vez yo no entendí bien.

Diseminados a lo largo la playa –aunque no más de 3 kilómetros–, los voluntarios recolectan plásticos de todo uso, orden, color, aroma, naturaleza y condición humana.

Botellas, zapatos, anteojos, juguetes, lapiceros, escobas, tapas, flores plásticas, encendedores, bolas reventadas, pajillas, tapas de baterías de carro, cepillos, legos, sombrillas... Llantas, peluches, escobas, zapatos enteramente descuidados...

Un nuevo horizonte de naturaleza ‘biodesagradable’ llega hasta donde alcanza la vista y, poco a poco, es depositado y clasificado en enormes bolsas plásticas que se suman al paisaje apocalíptico que, dicho sea de paso, siempre revela nuevas gamas de textura y color, como si un cuadro del pintor Tomás Sánchez hubiera caído sobre la arena.

Además de una misión agotadora –no tanto por el calor inclemente como por la certeza de que, allá en San José, en este mismo momento, la catástrofe local cuenta con miles de contribuyentes– recolectar residuos en las cercanías del Tárcoles también podría considerarse una actividad de alto riesgo, tan extrema como recolectar fresas en Chernóbil.

Al terror de toparse con un ejemplar activo de la fauna local, se suma la pesadumbre de saber que la actividad los despoja de su alimento y sustento diario. ¿Un crimen ecológico?

Los voluntarios siguen adelante, pese a todo, tanto como puede uno avanzar agachado. Aparcados en pequeños toldos que aparecen cada 300 metros, van y vienen sudorosos, obsesionados, empanizados. Se la pasan así toda la mañana, hasta que su botín alcanza, en total, unas 5 toneladas. De Guacalillo Beach pasamos a Guacalillo Bleach.

Todos saben que se trata de un acto efímero, simbólico, ardiente. Tarde o temprano la basura volverá, como las oscuras golondrinas, aunque ellos tendrán su conciencia alterada, pero tranquila.

Justamente en eso radica el heroísmo de la actividad: nadie está pensando en resolver el problema.

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