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​La cima de las montañas de Guanacaste son “pacientes en cuidados intensivos”, según científicos.

Acorralados por el cambio climático, la diversidad de insectos peligra en las montañas de Guanacaste

​Las áreas montañosas de la provincia son “pacientes en cuidados intensivos”, según científicos

15/11/20 | 16:59pm

Otro día sin neblina en la cima del volcán Cacao, Guanacaste. A simple vista, los árboles parecen los mismos pero, escurriéndose entre sus raíces, hay inquilinos nuevos. La biodiversidad peligra entre los más pequeños del bosque.

Las nuevas comunidades de hormigas “zompopas”, entraron sin problemas, provenientes de tierras más bajas. A ellas las invitó la noche, la cual es cada vez más cálida, y también las invitó el día, el cual tiene cada vez menos nubes.

Mientras las zompopas son numerosas, agresivas y trabajan rápido, las hormigas nativas son más lentas y con colonias pequeñas, explica el investigador de la Universidad de Guelph (Canadá), Alex Smith, a Ameliarueda.com. Por esto, son vulnerables a la “invasión”.

Para cualquier otra colonia de hormigas, la solución sería sencilla: simplemente escalar a altitudes más frías. Pero en la cima del volcán Cacao no hay dónde ir. Para las hormigas, el sitio es como una “isla” con el nivel del agua subiendo.

Los impactos ya se notan: algunas especies, que en 1998 estaban presentes en Cacao, ya han desaparecido. Otras, como las zompopas, invadieron el bosque nuboso, según una reciente investigación de la Universidad de Guelph.

“Mientras las cimas de montañas se van extendiendo, la biodiversidad —la riqueza de Costa Rica— se está perdiendo. Muchas de esas criaturas son cafés, pequeñas y ni siquiera tienen nombre”, aseguró Smith.

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El estudio da pistas sobre el impacto que están sufriendo los insectos por el cambio climático. Las hormigas, según explicó Smith, son un buen “termómetro” para medir cómo afectan las nuevas condiciones climáticas a estos animales en Guanacaste.

En primer lugar, las hormigas son muy reconocibles. Aunque no haya datos históricos, es fácil para las personas locales recordar su distribución. En segundo lugar, tienen una amplia presencia en los bosques del Área de Conservación Guanacaste (ACG).

Ahora, los resultados del estudio muestran que, para los insectos, proteger las cimas de montañas es importante, dijo el director de Programas de Investigación de la ACG, Roger Blanco. Si los insectos colapsan, el resto del ecosistema les sigue.

“Nosotros ya no permitimos el acceso de grupos de turismo o investigación al volcán Cacao o el volcán Orosí porque ya esos bosques son un paciente en cuidados intensivos”, indicó Blanco.

Los insectos, en general, están bajo amenaza no solo del cambio climático sino también de la contaminación por agroquímicos y destrucción de su hábitat. En los últimos 30 años, la población mundial de estos animales cayó 24%, según un estudio de la Universidad de Leipzig.

Viajar al pasado

El equipo científico de Smith necesitaba conocer cómo eran las hormigas del pasado, para saber si actualmente hay menos diversidad. Por suerte para ellos, y sin haberlo anticipado, encontraron una “máquina del tiempo”.

Por casualidad, un funcionario del área protegida advirtió a Smith sobre una trampa Malaise congelada en un freezer de la ACG. Esta es una especie de tienda de campaña con una solución de alcohol en su parte más alta. El artefacto está diseñado para capturar y preservar insectos.

Otros científicos usaron la trampa en el mismo bosque nuboso que ahora estudiaba Smith, pero entre los años 1998 y 2000. Ellos removieron la especie de insecto que les interesaba en ese momento y luego guardaron las otras especies capturadas en el freezer.

“Fue una oportunidad muy emocionante de viajar de vuelta a una época más fría y húmeda”, dijo Smith.

trampa insectos

Algo de vital importancia para el experimento fue que el material genético se preservó, dijo Smith. El ADN de las hormigas mostró ser resistente, según aseguró, y permitió identificar varias especies que actualmente ya no están.

El hallazgo principal fue que la diversidad se redujo. Mientras en 1998, el bosque nuboso albergaba siete géneros y 42 especies de hormigas, en 2011 esto cayó a 3 géneros y 32 especies. Algunas especies como el género Adelomyrmex —nativo del bosque nuboso— resultaron ser muy vulnerables.
En contraste, comenzaron a aparecer las especies como las zompopas, de altitudes más bajas. En los noventa, estas hormigas llegaban hasta las montañas, pero los suelos húmedos les impedían establecerse. Ahora, según el estudio, llegaron para quedarse.

El ecosistema en el que se usó esa trampa ya no es el mismo. Daniel Janzen, investigador estadounidense que llegó a estudiar los insectos de Guanacaste en 1963, recuerda un bosque nuboso muy distinto, según escribió en una memoria.

Pese a que no hay datos históricos sobre el volcán Cacao, ahora son menos los días en que la cima está cubierta por nubes y las lluvias son cada vez más impredecibles, observó el científico en otra publicación.

Otros bosques nubosos reportan datos similares. En Monteverde, durante la década de 1970, un año promedio tenía 338 días de lluvia y 27 sin precipitación. Para 2016, la proporción eran 264 días con lluvia y 101 sin precipitación, según datos del Centro Científico Tropical.

Janzen recuerda una Costa Rica distinta. En los años setenta, mientras esperaba su comida en San José, estudiaba insectos en los techos y suelos de los restaurantes. Pese a que muchos de esos edificios están en pie, su biodiversidad ya pereció.

Para este científico, las medidas de protección no pueden esperar. "Cuando una casa se está quemando, necesito que el departamento de bomberos evite que se propague, no un termómetro para medir el calor y las llamas evidentes", alertó.

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Un problema familiar

El equipo de Smith aportó evidencia sobre cómo las hormigas de las montañas están siendo “acorraladas”. Pero este problema no es nuevo. El cambio climático también lo está causando en un ecosistema muy distinto.

El páramo del volcán Irazú no tiene los grandes árboles de Guanacaste y no abundan los anfibios ni insectos. Sin embargo, comparte algo con los bosques nubosos guanacastecos: sus especies ya no tienen dónde subir.

Conforme el planeta se va calentando, las plantas del páramo del Irazú quedan acorraladas. Un estudio del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) mostró que algunas especies —como Archibaccharis irazuensis y Halenia rhyacophila— perderían hasta 99% de su terreno habitable.

extinción

El patrón muestra que la biodiversidad en las cimas de montañas es especialmente sensible al calentamiento global, explicó Blanco, investigador del Área de Conservación Guanacaste.

Esta es una hipótesis vieja. De hecho, desde hace 15 años, las autoridades del área protegida prohíben la visita al volcán Cacao y al volcán Orosí durante ciertos periodos del año, debido a su fragilidad.

“Hoy en día, los estudios vienen a corroborar que teníamos razón. Hay una serie de cambios en los ecosistemas nubosos por el cambio climático. Nosotros como administradores tenemos que cuidarlos”, explicó Blanco.

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En particular los bosques nubosos tienen más vida en juego, la cual además está “más especializada” para sobrevivir en un sólo sitio, explicó Smith.

“Muchas especies sólo se encuentran aquí. En algunos casos, las especies sólo se encuentran en un solo cono volcánico. Hay especies en Cacao que no vemos en Rincón de la Vieja, a unos cuantos kilómetros de distancia”, dijo el científico.

Reducir daños

Para Smith, la única forma real de prevenir la pérdida de estas especies es luchando contra el cambio climático: frenar las emisiones de CO2 y, con ellas, el calentamiento global.

Este problema es global, un país no puede resolverlo sólo. Pero Costa Rica sí ha comenzado a implementar estrategias para que las áreas protegidas sean más resistentes a las nuevas condiciones climáticas.

En primer lugar, las áreas de conservación deben expandirse. El Área de Conservación Guanacaste, por ejemplo, pasó de 30 mil hectáreas, cuando nació en 1985 con el Parque Nacional Santa Rosa, a 169 mil hectáreas en 2020.

“Conforme los animales y plantas tienen que lidiar con extremos de calor, si algunos pueden redistribuirse naturalmente y esconderse por ese periodo de tiempo, su capacidad de volver mejora”, dijo el investigador.

Además, para que los animales logren moverse, las áreas protegidas deben estar conectadas por "corredores biológicos", explicó Smith. Hasta el momento, Costa Rica cuenta con 48 corredores, los cuales cubren más de 1,6 millones de hectáreas, según datos del Sistema Nacional de Áreas de Conservación.

Pero esto no va a funcionar en todos los casos, dijo Blanco. Es decir, inevitablemente muchas especies desaparecerán, algunas de las cuales ni siquiera son conocidas para la ciencia.

Estas especies se pierden en silencio, desapercibidas y sin grandes shows mediáticos, añadió. Se pierden con cada día en que —como si fuera normal— no hay nubes en el bosque nuboso, desde que amanece hasta el anochecer.

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